Amistades en prisión

Rosario Caride cuenta cómo ha sido su labor y la de sus compañeras dentro de la cárcel de mujeres de Guayaquil.

Rosario Caride junto a dos voluntarias del apostolado "Sanarte"

Conocí el Opus Dei en Argentina, mi país natal. Cuando pedí la admisión en la Obra empecé a colaborar en los proyectos de ayuda social. Algunos relacionados con comida, ropa, compras, etc.

Cuando llegué a vivir a Guayaquil trabajé por el norte de la ciudad y pasaba con frecuencia al frente a la Penitenciaría del Litoral, la más grande del país. Siempre pensaba que debía hacer algo por las personas que están en ese lugar, pero aún no se me ocurría qué, ni cómo materializarlo.

Primera vez en la prisión

El Año de la Misericordia (2016) y las visitas del Santo Padre a las cárceles de Bolivia y México, fueron el empujón que necesitaba para no retrasar más esta obra de misericordia a la que sentía que Dios me llamaba.

Recordé a una persona que trabajaba en la Pastoral Carcelaria. Cuando nos visitaba se las ingeniaba pidiendo que le regalemos rosarios, Biblias y otros materiales para entregarlos en las cárceles. La busqué y le pedí que me involucre.

Ella consiguió que me incorpore a esta Pastoral. Hizo las gestiones pertinentes y se encargó de sacar los permisos necesarios en el Ministerio de Justicia.

Recuerdo que me acompañó la primera vez. Me presentó a la directora y a varias internas. Nos trataron bien, nos dieron instrucciones y nos autorizaron el ingreso. No me imaginaba que un tiempo más tarde entraría con el carro hasta el mismo patio de la penitenciaría, cargada de la ayuda más variada y que terminaría forjando muchas amistades tras esas paredes.

Amistad entre hilos y colores

Las primeras veces que fuimos a la cárcel llegábamos directo a la capilla y dedicábamos tiempo a rezar con las internas, repasar nociones del catecismo y consolar a las que acababan de ingresar o recibir la sentencia.

Luego de ir varias veces, nos dimos cuenta de que debíamos hacer algo complementario. Pensamos en una alternativa en la que las reclusas pudieran estar mucho más conectadas, entretenidas y que les sirviera en el futuro.

Varias voluntarias que dan las clases en la cárcel de mujeres de Guayaquil

Una de las voluntarias mayor de edad empezó a dar clases de bordado. La técnica estrella fue “el punto cruz”. Y entre agujas e hilos se fue tejiendo una amistad sincera que llevó a esta profesora a festejar, dentro de la cárcel junto a sus queridas alumnas, sus 83 años.

Para las que no tenían la habilidad de bordar ofrecimos la alternativa de pintar mandalas (dibujos en forma de mosaicos). Debían anotarse en el curso, las dividimos por grupos y les llevábamos los materiales. También se eligió una presidenta para mejorar la organización y motivar a las demás.

Así inició “Sanarte”, que significa sanar a través del arte. Todas las semanas, las voluntarias nos encontramos en la iglesia San Josemaría y nos dirigimos juntas al centro penitenciario para sacar adelante esta labor.

Nuestras amigas internas

Lo mejor de las visitas es la amistad que va creciendo con cada encuentro. Esto ha permitido que conozcamos diversas historias y que tengamos muchas anécdotas.

Amistad y acompañamiento a las internas

Una de las internas es una señora extranjera que ingresó cuando nosotros también empezamos. Su caso es complicado y aún no tiene sentencia. Nos pedía que recemos por ella y su proceso. Ahora es una voluntaria más, es impresionante como habla de que ha encontrado su misión en la cárcel.

Ayuda a sus compañeras, sobre todo a las que están más desanimadas y a las que reniegan de Dios. También le gusta enseñar, le dejamos material de lectura y libros de valores para sus clases. ¡Ahora nos ha pedido textos de inglés y francés!

Otra de nuestras amigas es una peruana que ya salió de la cárcel. Durante su libertad condicional fue difícil limpiar su pasado, revisar sus papeles y sustentarse. Nosotras le dimos comida, ropa y le ayudamos a completar el valor del pasaje para que pudiera regresar a su país. Seguimos en contacto.

De la misma manera acompañamos a otra que tiene un hijo con algunos problemas de salud. Le presentamos una terapista que le orientó con su niño y siempre nos escribimos, le ayudamos en lo que necesite.

Otro momento inolvidable fue una navidad en la que una amiga preparó canastas de víveres y pudimos entregarlas a nuestras alumnas y a algunas que habían recibido la libertad condicional. Sus caras de alegría fueron la mejor retribución.

A través del trato, te das cuenta de que las reclusas son gente buena, que tienen problemas como podríamos tenerlos cualquiera. Nosotros les brindamos lo que podemos, pero sobre todo nuestra amistad.

La cárcel no es solo un voluntariado. No es un lugar donde ofreces tu ayuda un día y luego te vas, ¡no!, es algo que te implica, que te involucra. En fin, todas las que vamos no nos cansamos de agradecer la oportunidad de vivir esta obra de misericordia.