Historia del Opus Dei en Ecuador

La labor apostólica del Opus Dei en Quito se inició entre 1952 y 1954, aunque estuvo precedida por el conocimiento de un ecuatoriano que realizaba sus estudios universitarios en Roma, Juan Ignacio Larrea Holguín, y que se incorporó a la Obra en 1949. A él le correspondió iniciar la labor apostólica en su propio país.

San Josemaría, en Ecuador.

Inicio de la labor estable

El 6 de octubre de 1952 llegó Juan Larrea a Quito. En junio de ese mismo año, unos días antes de culminar sus estudios universitarios en Roma, el fundador del Opus Dei le había dicho “y tú Juan, irás a Ecuador”: sería él quien iniciara la labor.

San Josemaría mantuvo una correspondencia personal, cariñosa y estimulante con Juan Larrea, a quien exhortaba ser muy fiel y hacer mucho apostolado en las circunstancias en que se encontraba. Le había animado a Juan a pedir a su madre que reuniera a sus amigas para que él pudiera explicarles el Opus Dei. Así lo hizo. Acudieron diez o doce señoras que “muy espontáneamente se ofrecieron a rezar todos los días por la Obra, preparar manteles y otros utensilios litúrgicos para un futuro oratorio y hacer una aportación mensual con igual finalidad”.

Excursión año 1957. Don Joaquín M. y Juan Larrea

Entretanto la labor apostólica iba tomando cuerpo y se conocía más el Opus Dei en diversos ambientes. San Josemaría estaba al corriente de todo y seguía animando a Juan Larrea con sus cartas. El 30 de septiembre de 1954, le escribió una cariñosa carta en la que le anunció la próxima llegada de don Joaquín Madoz:

“Querido Juanito que Jesús te me guarde. ¿Habrá llegado Quinito antes de que llegue esta carta? No sabes con qué alegría espero vuestras noticias. No te preocupes por las ordinarias dificultades que nos promueven: contento y con sentido sobrenatural, adelante. Encomiendo a esos hijos del Ecuador y los que irá el Señor promoviendo en esa querida nación. Un abrazo. Te bendice, os bendice vuestro Padre, Mariano. Saluda afectuosamente a tus papás”.

Las primeras vocaciones

Don Joaquín se encontró con un terreno bastante preparado por Juan y enseguida puso en marcha nuevas actividades para hombres y para mujeres: cursos de retiro, meditaciones, pláticas, etc.

Uno de esos cursos de retiro fue determinante para que dos mujeres ecuatorianas, Lourdes Pérez Guarderas y Carmen Pérez Arteta, descubrieran el mensaje del Opus Dei y poco después pidieran la admisión en la Obra. Unos meses más tarde se incorporó Carmen Borja Peña. Se puede decir que comenzaba la historia de la labor del Opus Dei con mujeres. Esto creó cierto revuelo en la sociedad quiteña y surgieron algunas contradicciones que se sofocaron con fe y serenidad.

Residencia Universitaria Ilinizas, 1957. Baquerizo Moreno 446

En 1955 llegó el P. José Giner. Posteriormente se instaló la Residencia Ilinizas para estudiantes universitarios, primero en dos locales alquilados y después, en 1957, en una sede de nueva planta.

En abril de 1956, las mujeres alquilaron una casa en la calle Toledo, que contaba con las condiciones necesarias para el desarrollo de la labor apostólica. Con la ayuda de diversas personas, se instaló la casa con sobriedad y buen gusto.

Raquel Eguiguren, Ana Surribas, Augusta Eguiguren, Carmen Borja. Adelante M de Gracia Fernández

El 2 de mayo de 1956 llegaron a Quito, María Dolores Sanz, Ana María Echeveste y Ana Surribas. Antes de partir de Roma, las tres recibieron la bendición de san Josemaría, que comentó: “el Ecuador será un río de vocaciones siempre que lo reguéis con un río de santidad”.

Las que las recibieron en Quito sintieron la cercanía de san Josemaría en todo lo que contaban las recién llegadas, que transmitieron sus enseñanzas en la vida diaria: ser contemplativas en medio del mundo, en el trabajo, en todas las realidades humanas, santificándolas y convirtiéndolas en medio de apostolado. En 1963 se abrió un Centro en Guayaquil, ciudad a la que se viajaba por motivos apostólicos desde 1960.

El viaje de Catequesis en 1974

El día 1 de agosto, a las once de la mañana aterrizó el avión que llevaba a san Josemaría a Quito desde Lima. Al llegar al oratorio de la casa donde se iba a hospedar esos días, saludó al Señor y cuando miró a la Virgen exclamó: “Tota pulchra est Maria!”. Se trataba de una talla de la Asunción de la Virgen de la Escuela Quiteña, de gran valor artístico, que actualmente preside en el oratorio de Ilaloma, la casa de retiros de Quito.

La altitud de Quito, casi tres mil metros sobre el nivel del mar, provocó en san Josemaría el mal conocido como “soroche”: le faltaba el oxígeno, no descansaba bien por la noche, tenía vértigos y era incapaz de caminar solo. La bronconeumonía que había padecido en Lima se había reactivado.

Don Javier, San Josemaría y el Beato Álvaro (tertulia Quito 1974)

A pesar de los consejos médicos no quiso abandonar la ciudad: “Estoy dispuesto a permanecer aquí el tiempo que sea necesario, hasta que me adapte, para poder hablar de Dios, pues a eso he venido”. Se levantaba cada día un rato por la mañana e iba al oratorio a recibir la Comunión, porque no estaba en condiciones de celebrar la santa Misa.

San Josemaría quiso conocer más de Ecuador, pero como estaba obligado por sus circunstancias físicas a guardar reposo, los que le acompañaban le hablaron de la realidad de este país, de su historia, de las labores apostólicas de la Obra, de la gente. A pesar de su precaria salud, se situó en la realidad del país y desde ahí, con sus molestias, con su intensa oración, removió esta tierra.

En la habitación del Padre se había colocado un cuadro de San José con el Niño coronándole. En un momento comentó: “Me he puesto muy contento, porque yo he tardado años en descubrir esa teología josefina, y aquí no he tenido más que abrir los ojos y la he visto confirmada. ¡Muy bien!”.

Sólo pudieron tener cuatro tertulias, con grupos más bien reducidos de hijas e hijos suyos y algunos amigos. Sus palabras dejaron una huella profunda en el alma de los que le escucharon y su estancia en tierras ecuatorianas constituye un tesoro avalado por el sacrificio de su enfermedad y el dolor por no haber podido celebrar el Santo Sacrificio. La víspera de su partida comentó: “Os tengo que decir que, como a ratos me mareo, no he podido celebrar la Santa Misa y me han dado la Comunión todos los días; entonces me emociono mucho más y amo más a este Quito y a este Ecuador”.

Algunos asistentes a la tertulia de San Josemaría (P. Monaj, Jorge R. y P. Juan Larrea

Con buen humor añadió: “Es que no soy un hombre de altura. De manera que Quito no me ha gastado ninguna broma. Ha sido Nuestro Señor, que sabe cuándo las hace, y juega con nosotros. Mira, lo dice el Espíritu Santo: ludens coram eo omni tempore, ludens in orbe terrarum, en toda la tierra está jugando con nosotros, los hombres, como un padre con su niño pequeño. Ha dicho: éste, que está tan enamorado de la vida de infancia, de una vida de infancia especial, ahora se la voy a hacer sentir yo. Y me ha convertido en un infante. ¡No deja de tener gracia!”.

La tarde del día 12 había manifestado: “aunque ya sabía que el Ecuador es una gran nación, la nación del Corazón de Jesús, no conocía que era una nación de almas tan selectas, que me iba a costar una medio enfermedad”. El día 15, fiesta de la Asunción de la Virgen, san Josemaría se fue de Quito a Caracas.

Carmen Borja Peña